El lunes comienza diferente de lo normal. Sin el agite de empezar una nueva semana, con el sol entrando por la ventana y con un momento para compartir en pareja un rico desayuno. Estando en el metro luego de unos tres minutos una voz femenina informa que la velocidad está reducida debido a una falla mecánica tres estaciones después y que el tiempo de parada en cada estación está prolongado. El metro para unos dos minutos; lo contabilizo con el celular en la mano observando lo que sucede a mí alrededor pero solo veo una escena normal en el metro de la línea Amarilla: personas con sus celulares en manos o en los bolsillos mientras escuchan música. Nada de gritos, nada de impaciencia o golpes en las ventanas como sucedería en Bogotá, solo un sonido de funk detrás de mí se lleva la atención de los que estamos cerca de una joven que quizá aprovechando el silencio y sin importarle nada ve un video en su celular en el que suena ta ta, tatá, ta ta tatá… A los pocos segundos, otra vez silencio total y la voz automática irrumpe diciendo nuevamente que debido a una falla mecánica el metro está circulando con mayor tiempo entre cada estación. Arranca y en la próxima estación como era de esperarse, sube más gente de lo normal, quedando atrapada entre las personas y una panza de papá Noel. El metro queda parado 6 minutos más, llevo la cuenta y mientras intento mantener la calma, la angustia me invade. Solo me tranquiliza saber que nadie a mi alrededor parece estar angustiado. Nadie pelea con nadie, nadie pregunta qué pasa. Sin duda fueron los minutos más eternos en el metro hasta el momento.
Salí con un dolor en el pecho pero nada más. Al llegar a la estación de Faria Lima, en la que me bajo todos los días informan que el inconveniente fue resuelto. En ese momento pienso: waoo qué agilidad!! Y qué gran cultura ciudadana tienen los paulistanos que saben mantener la calma. Esa calma que a los bogotanos tanta falta nos hace.
Bom dia! 🙂
* La imagen no es de hoy, ni del metro de la línea amarilla.